Texto inspirado en “Medellín a solas contigo” de Gonzalo Arango

Por Mauricio Monsalve Builes

malaugurio@hotmail.com

Una especie de epígrafe.

Los signos están ahí, algunos son casi universales, en esa medida son fascinantes y de gran fuerza, ideales para manipular, aglutinar o vender, pero me parece apasionante la forma como otros signos, no tan universales, sugieren cosas distintas para distintas personas y más sorprendente aún, como evocan cosas diferentes e incluso contradictorias a la misma persona en diversos momentos existenciales.

No se lo atribuyo del todo a la ciudad pero a veces Medellín es deprimente, su convulsionado centro huele a orina al sol (berrinche), chunchurria y marihuana, tres cosas que dan cuenta del poco civismo de las personas que mean en la calle, de unos hábitos alimenticios que no dejan de lado ninguna de las partes del animal que sacrifica -cual carroñero- y de la compulsión irrefrenable del mariguanero promedio, que te tira el humo a la cara. La cantidad de vehículos a parte de saturar la ciudad de ruido y humo, nos muestra el ideal de la mayoría de los que logran cierto nivel económico “comprarse un carrito”, después “cambiar de carrito” y cuando las cosas van muy bien “Me voy a comprar un carrazo”… el carro da autonomía, movilidad, comodidad, también status y reconocimiento, pero ¿qué pasaría si cada uno de nosotros tuviera y realizara ese ideal de tener carro? simplemente la ciudad se volvería inhabitable, sucedería constantemente lo que ocurrió con la regional: la propuesta de sacrificar varios miles de árboles para ampliar las vías. En la medida en que nuestros conciudadanos tengan prosperidad comprarán más carros y ¿qué habrá que hacer en ese momento? ¿tumbar todos los árboles? ¿abolir los andenes? ¿Qué la mitad de los ciudadanos estudiemos y trabajemos de noche para evitar tacos, y que no nos veamos nunca con la otra mitad? ¿algo así como un muro de Berlín hecho de tiempo? Medellín a veces nos arrincona contra el absurdo. Pero eso es parte de su encanto

Medellín es hermosa, todo depende del sesgo afectivo y anímico que tengamos en el momento. Si es de alegría y contento, lo que olemos en la ciudad es libertad para orinar donde sea, sin el peligro de ir a la cárcel por ello; las fritangas son exóticas y económicas propuestas gastronómicas, que sacian el hambre del borrachito que vuelve a su casa con su mujer, después de gastarse el salario de una quincena en un sitio donde “si hay peluche”; o con el olor de la marihuana, percibes la posibilidad de cambiar tu estado de conciencia con una hierba barata que no da guayabo y que te hace sentir genial.

Respecto a los carros: Pocos placeres como ir en uno de ellos a una buena velocidad, con el mar como destino, oyendo buena música a un volumen no estridente, con una mujer con la que te guste hablar y disfrutes acostarte.

(Los carros ahí, pero no en Medellín a las horas pico que cada vez son más largas.)


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